Reporteros de casa para La Palmilla
MÁLAGA. Testigos de excepción para una barriada tocada por el mal fario. Una veintena de niños de Palma-Palmilla se han convertido este mes en reporteros por un día y han retratado, cámara en mano, el lenguaje vivo de su barrio. Pero sin teleobjetivos, ni ojos de pez. Sin prejuicios. Ésa es la grandeza de la infancia y de este reportaje, armado exclusivamente con las indicaciones e imágenes de niños de entre 5 y 16 años, ecuatorianos, marroquíes, nigerianos, payos o gitanos, todos palmilleros.
Ellos representan el microcosmos internacional en que se ha convertido la barriada y, con su inocente entusiasmo, las esperanzas de cambio que se mueven en sus cimientos. Las fotografías no tienen desperdicio. Sus comentarios, tampoco
.Laura tiene 10 años. Es nigeriana y vive en La Palmilla desde hace tres años, cuando pudo unirse con su madre que había llegado cinco años antes para preparar el terreno de su futuro. Como si fuera consciente del esfuerzo titánico de esta mujer que atravesó África a pie en busca de una oportunidad para sus tres hijos, Laura exprime con avidez todo lo que se le pone por delante. “Todo le interesa; lee mucho, hace manualidades y siempre sueña con viajar”, confirma la madre. La primera fotografía que elige es la de una mujer que vende chumbos en la calle y rodeada de niños. No se ha separado del fotógrafo en todo el día y, al final, pide educada la cámara que se cuelga al cuello con soltura y empieza a echar fotos a su aire. Y éstas son las mejores: la partida de dominó, su monitora con los pisos nuevos “que parecen un tablero de parchís” de fondo, sus amigos...
Laura se ha integrado bien, pero su madre está deseando cerrar su casa e instalarse en otra barriada “más segura”.
Los pequeños están llevando a los periodistas por una barriada que no habían conocido antes: la del barrio donde todo el mundo se conoce, se vive en la calle y los niños se sienten seguros, porque siempre hay alguien que les “echa un ojo”, la de las zonas de juegos, la de las pequeñas tiendas abiertas en los bajos comerciales de unos edificios sin bajos comerciales... Aunque también la de los “yonkis que se meten rayas”, apuntan Tarik y Luis cuando pasan por la calle Pablo Casals, porque Tatiana ha elegido la tienda de su tía para la foto.
“Es una pena que no hayáis venido el martes, porque está el rastro y es impresionante; venden chándal y de todo”, dice Luis cayendo en la cuenta de la gran foto perdida.
Son los mejores guías, porque a su corta edad conocen a todo el mundo. Luis es el trillizo, junto a Nerea e Indara, de una familia gitana muy conocida y querida en La Palmilla. Tarik, un espabilado niño marroquí que tiene respuestas para todo. Cuando Evelyn propone hacer su foto en la biblioteca y los periodistas comentan que es la más grande de la capital, rectifica: “No, la más grande es la de Cánovas del Castillo en Ollerías” (en referencia al centro de la Diputación). Tiene razón.
Tarik tampoco ha cogido nunca antes una cámara, pero hace una instantánea de Luis girando un trompo sobre su mano en una maniobra que apenas ha durado un segundo y que él ha captado con destreza de profesional. La foto se hace en una plaza llena de cristales rotos y excrementos. Ellos, ni los miran.
Mientras, hablan de dónde conseguir “las púas de trompo”, del reggaeton. Se entusiasman cuando en la biblioteca descubren libros que huelen a chocolate; hacen surf en trozos de madera y malabares con una escoba. Niños como todos los demás. O mejores. Como Juanma, un alumno brillante que quiere estudiar Arqueología y con el que da gusto hablar, aunque aún no haya llegado a la adolescencia. Al final, los pequeños han mostrado un barrio más humano y novedoso a través de su mirada. Luis, Nerea e Indara, Tarik, Tati, Bea, Mercy, Laura, Anderson, Josué, Rosemary, Evelyn, Juanma, Joaquín, Adriana o Jennifer seguirán teniendo mucho que decir. Si los dejan.
Fuente: Malaga hoy
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