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CITA mes de Diciembre 2008

La reproduccion de la obra de arte no solo esta condicionada por la manera de ver del fotografo, sino tambien por la del que mira la fotografia.

Gisele Freung (La fotografia como Documento Social)

domingo, 28 de septiembre de 2008

Crear belleza con luz, tiempo y una mirada sensible

El fotógrafo burgalés, enamorado de la luz de su ciudad, prepara una exposición colectiva de fotografía comercial e investiga nuevas fórmulas que mejoren la calidad de sus trabajos

Fernando Ortega/Burgos


Brillan las cosas. Los tejados crecen
sobre las copas de los árboles.
A punto de romperse, tensas,
las elásticas calles…

Estos versos del poema Ciudad, de Ángel González, pueden muy bien expresar la visión y los sentimientos que invaden a Ángel Herraiz cuando, al amanecer, a la aurora, pasea, pausadamente, por la antigua rúa de Tenebregosa hasta traspasar la histórica Puerta Real -calificada por Tino Barriuso como Puerta de la Tristeza- observando el palpitar del día, los vuelos de los numerosos gorriones, carboneros, mirlos o herrerillos que revolotean cerca del Solar del Cid, sintiendo la calma de la ciudad, el aura de los edificios, de los árboles, del empedrado…
…Y especialmente, el brillo de las cosas, su luz. La luz que, como una varita mágica, provoca que la ciudad se desperece, que la vida surja de nuevo. La luz que va bañando balcones, árboles y tejados, insuflándoles vida, y que consigue que las calles recobren su ritmo habitual. Luces atenuadas, sugerentes, sutiles. Ese tiempo, corto, en el que la ciudad es un gran escenario, es el favorito del fotógrafo. No hay prisas, apenas ruidos ni gentes que van y vienen, lo que le permite controlar, pausadamente, la selección de un detalle del paisaje, el deleite de inmortalizar unas gotas de rocío que bailotean sobre una hoja, o el refulgir de los adoquines que recogen la nueva luz del día.
Ángel Herraiz está enamorado de la luz burgalesa, tanto de esa luz naciente como de la del ocaso, cuando el sol se va despidiendo de la ciudad y va dejando a su paso suaves tonalidades, hilachas rojizas, sugerentes claroscuros, luz que va adormeciendo casas, pájaros, calles y que se va deshinchando para entrar en un nuevo duermevela. Luces limpias, tibias, serenas, bellas, que permiten obtener fotografías de gran calidad.
Por ello le parece sugerente el título que Óscar Esquivias dedicó a su último libro: Burgos, ciudad de plata. Es cierto, la ciudad por las mañanas toma un brillo dorado que, por la luminosidad de la atmósfera burgalesa, se transforma en un oro blanco, y el amarillo de las puestas del sol, se convierte asimismo en un color plata vieja, «plata de iglesia», renacentista. «Parece como si la ciudad conservara un aura atmosférica que le remitiera a su época de esplendor, a la época del Consulado del Mar».
Para un fotógrafo como él, enamorado de la belleza, la luz burgalesa combina armoniosamente con el encanto de la ciudad, no sólo de su parte histórica, sino de la más moderna, que ofrece ángulos sugerentes, volúmenes impactantes, ritmos muy fotográficos. Sin olvidar la variada y extensa provincia, catalogada por él como la segunda más bella de toda España.
Y es que el ojo del artista está presente en cualquier escenario.
Ángel Herraiz está preparando, pausadamente, una colección de fotografías a la antigua usanza. Fotografías en blanco y negro, realizadas con técnicas modernas que, curiosamente, parecen realizadas hace un siglo por su exquisitez, la perfección de la escala de grises, el acabado artesano, la mirada del artista. Viéndolas uno recuerda la afirmación de Juan Gris «La calidad de un artista se define por la cantidad de pasado que contenga su obra». Y en este caso las referencias a grandes fotógrafos clásicos son claras.
Si alguna vez tiene sentido la tópica frase de que «una imagen vale por mil palabras», éste sería el caso. Escenas de la catedral, del monasterio de las Huelgas, del paseo de la Isla… ¡Vaya novedad!, opinarán muchos. Pero… cuando se lleve a cabo la exposición de esa colección de fotografías, se comprobará la anterior afirmación.
Porque Ángel Herraiz, desde su bautizo como fotógrafo, apostó por el buen hacer, por la belleza. Con apenas veinte años consigue su título de Oficial en Artes Gráficas y Fotografía. Le interesa, le apasiona, la fotografía, quiere trabajar en ella, pero el terreno profesional en ese campo está vedado por los fotógrafos históricos. La filosofía de muchos de ellos era: «Mucho dinero y poca poesía. Cuantos menos, a más tocamos». Y, por ello, decide dedicarse a un campo en el que nadie había trabajado: la fotografía científica. Una especialidad oscura pero que le permite, le exige, conocer revelados complejos, fijadores nuevos, papeles especiales. Ante él se abren técnicas innovadoras, mundos diferentes.
Vive con intensidad los años del inmediato posfranquismo, de la llamada ‘movida’. Él también pinta y escribe y se relaciona con el ambiente inquieto que se mueve en torno a la revista Nueva Lente. Intenta exponer y es censurado por sus delicados desnudos, considerados atrevidos en aquellos años. Intuye que el trabajo fotográfico de calidad es complicado si no se ejerce autónomamente y, con diversas dificultades, varios años más tarde abre su pequeño estudio, bajo la filosofía de hacer fotografías bellas, de gran calidad, y trabajar, además, en especialidades en las que los fotógrafos establecidos no cubrían como, por ejemplo, la fotografía industrial.
Así, pausadamente, va destacando, consiguiendo decenas de medallas y reconocimientos, entre ellos tres importantes premios en Fotografía Industrial, trayectoria que culminará en enero de 1999 con el título de Maestro Fotógrafo de la FEPFI, el primero que se otorgaba en España.
La década de los 90 es un tiempo en el que Ángel Herraiz se vuelca, además de su trabajo en su pequeño estudio, en intentar dignificar la fotografía comercial. La despreciada BBC -Bodas, Bautizos y Comuniones- da trabajo a muchísimos profesionales y piensa que puede elevarse el nivel técnico de su realización. Con ese afán de introducir dosis de arte, de belleza y de calidad en la fotografía comercial promueve y participa en convenciones, cursos y revistas a lo largo de la península. Más tarde escribirá en la revista de la Federación de Fotógrafos Profesionales, Hiposulfito, y participará en los inicios de una asociación fotográfica que inicia sus pasos: Nueva Fotografía, que intenta elevar el nivel de la fotografía comercial, que para él es de los mejores de Europa.
Araña tiempo del que no tiene y colabora en todas las iniciativas para modernizar y actualizar a la profesión. Él mismo tiene que hacer un importante esfuerzo de adaptación de la fotografía clásica a la digital. En su vocabulario entran los píxeles. Pero pronto domina las amplias posibilidades que se abren con el mundo digital, y llega a crear innovaciones técnicas, como la llamada por él «Suite Jacinta», un conjunto de herramientas informáticas que mejoran los revelados.
En su estudio, lleno de todo tipo de artilugios y enseres, cual si de un teatro se tratara, destaca la estantería en la que se apilan decenas de catálogos y libros en los que ha colaborado, entre los que cabe citar Burgos, la mirada cálida, Burgos, Guía visual, El Teatro Principal y diversas guías de pueblos de la provincia: Villadiego, Covarrubias, Briviesca, Pancorbo… Como historiador que es de la fotografía, tiene una amplia colección de libros de la obra de fotógrafos de todos los tiempos y países, y entre sus joyas destaca el catálogo de la Exposición de Edward Steichen, su ídolo, que recientemente ha podido verse en el Centro de Arte Reina Sofía. Un fotógrafo que, como a él, le interesaba la fotografía arquitectónica, los rostros bellos, los paisajes…
Ángel Herraiz persigue, pausadamente, la belleza. Estudia por asimilar la obra de los grandes de la fotografía que él estudia, desde su faceta de historiador de la fotografía, y destaca la calidad, a nivel local -y citando únicamente a fallecidos- el buen hacer de Alfonso Vadillo, Eustasio Villanueva, Virgilio Soto, Cirilo Saiz, o Santi, entre otros. También le hace gracia recordar el proceso del primer fotógrafo local, Luciano Serrano, que en 1860 deja sus pinceles de pintor para convertirse en fotógrafo, similar a su historia. Y es que el maridaje entre la pintura y la fotografía arranca desde su propio nacimiento y desde su nombre: Fotografía significa «dibujar con la luz».
Su trabajo profesional le hace trabajar primordialmente con personas, y quizás por ello su escape creativo le conduzca a fijar en papel paisajes urbanos o rurales, flores, insectos, paseos solitarios… Con su mirada de artista observa, pausadamente, el vuelo de las cigüeñas, el ritmo que ofrecen unos árboles, la luz que se refleja en unas piedras, el detalle de un mirador…, a semejanza de los fotógrafos clásicos, que dedicaban todo el tiempo necesario para captar el momento exacto en el que el objeto de su mirada se manifestaba en todo su esplendor, en el que, gracias al control de la luz, a la mirada de artista, una escena cotidiana se convierte en arte. Unos segundos que vive con intensidad y con placer.
…Y mientras prepara, pausadamente, una exposición colectiva de fotografía comercial, y va completando la colección de su exquisita obra en blanco y negro, investiga en nuevas fórmulas magistrales que mejoren la calidad de sus fotografías, y participa activamente en revistas y en asociaciones fotográficas..., sigue meditando la frase de Paul Klee: «El arte no reproduce aquello que es visible, sino que hace visible aquello que no siempre lo es».

Fuente: Diario de Burgos


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