Jeff Cowen at Galeria A34, Barcelona
Estado Español.- Extracto del texto por Urs Albrecht del catálogo de la exposición "Jeff Cowen", copyright, Edición Galeria A34, 2008.
Recuerdo mi primer encuentro con las fotografías de Jeff Cowen. Fue en el otoño de 2004, en la Galerie Seine 51, de París. Me emocionaron y fascinaron entonces los dos niños de origen portorriqueño en el transbordador de Nueva York; hermano y hermana, supuse. La niña es mayor que él y lo estrecha con fuerza entre los brazos. No es el suyo un gesto exactamente protector; más bien parece decir: "Mirad, es mío". Refuerza esta impresión el hecho de que tenga la pierna izquierda encima de las piernas del niño. Es el abrazo típico de las parejas de enamorados. La fotografía se tomó a poca distancia, con una cámara de pequeño formato y un objetivo probablemente de 50 mm, con luz diurna.
Detrás vemos la cabeza y los hombros de alguien que viaja encorvado en su asiento. Molesta un poco la melena ondulada que parece caer sobre el pelo de los niños. Nos gustaría hacer a un lado a esa persona, que, sin embargo, es parte integrante de la imagen; le confiere autenticidad. Lo que vemos es una instantánea; en otras palabras, un momento capturado por la cámara. La pose no ha cambiado; lo que ha cambiado es la mirada. En aquel instante, los dos niños miraban al fotógrafo; ahora nos miran a nosotros. Son dos pares de ojos casi a la misma altura. No es lo mismo que la persona retratada mire a la cámara o hacia otro lado; en una fotografía, la diferencia es grande. Si se enfrenta a la cámara, como hacen los dos niños, pasa de objeto a sujeto. Es como si el fotógrafo hubiera desaparecido y lo hubiéramos sustituido nosotros, los observadores. Se inicia un diálogo. Encontramos la mirada cálida e inquisitiva de la niña, que, no obstante, mantiene las distancias; por su parte, el niño nos mira con naturalidad. Ojos en los que aún percibimos los últimos restos de una infancia teñida por la tristeza y las penurias de la vida en la gran ciudad. Ojos que ya han visto demasiado.
A la izquierda de los niños colgaba la fotografía de un automóvil en llamas, un Jaguar. La escena está fotografiada de noche, desde arriba. Al mirarla con más detenimiento me di cuenta de que los faros todavía estaban encendidos. Me estremecí; ¿qué les había pasado a los ocupantes? ¿Cómo se llega a fotografiar algo así? Sin duda, debió de hacerlo alguien acostumbrado a batir los desfiladeros urbanos.
A la derecha de la fotografía de los dos niños había un desnudo, Untitled, 1989. Una joven de aire felino enarca su hermosa espalda y levanta el trasero, que roza, casi, el borde superior de la fotografía. En una mano apoya el mentón; en la otra tiene un cigarrillo. La pose, lánguida y sexy, es sumamente real, está llena de vida, pero al mismo tiempo respira el aire rancio de la muerte.
La serie de Nueva York de Jeff Cowen está entre las más reveladoras que he visto sobre esta ciudad. Son fotos duras, pero también poéticas y sensuales, y están tomadas a muy poca distancia de los sucesos, de la gente.
El traslado de Jeff Cowen a París, y más tarde a Berlín, enriqueció su trabajo en el ámbito de la fotografía artística. Además de un reportaje sobre Cuba, creó imágenes inspiradas en la fotografía de finales del siglo XIX, que, a su vez, se inspira en la pintura de esa época. Las imágenes de Cowen son libres y caprichosas, rebosantes de alusiones; en ellas, el fotógrafo intenta cruzar una y otra vez ciertos límites. Se esfuerza por superar la dimensión plana de la fotografía: rasga las fotos, vuelve a unir las partes, trata de darles cuerpo. La fotografía se convierte en objeto. Interviene directamente en el proceso de revelado. Embadurna y salpica con sustancias químicas para crear también "pinturas abstractas". En esas intervenciones en el cuarto oscuro, se introduce en la imagen una vez más y gracias a esos rastros físicos, los retratos parecen cargados de energía. La expresividad aumenta de manera notable.
Una fotografía especialmente escandalosa es la titulada Sophie 2, un desnudo montado a caballo, el rostro cubierto con una máscara antigás. El lomo del animal y la máscara realzan la desnudez y la hacen casi físicamente experimentable. La máscara, una alusión al mundo del sadomasoquismo, representa también la cabeza del caballo, que no se ve. La máscara antigás es un cuerpo extraño; hasta tal punto, que la imagen nos atrae sin remedio y, al mismo tiempo, nos impacta. Sin embargo, el hecho de que el desnudo monte a caballo intensifica la perversa dualidad de la obra y, así convierte la imagen en icono.
Entre los desnudos descubrimos retratos idealizados de niñas y mujeres. Arquetipos femeninos que parecen venir de otro mundo y que, no obstante, nos resultan extrañamente familiares, como si hubieran habitado desde siempre en lo más íntimo de nuestro ser. Jeff Cowen ha creado un corpus de imágenes atemporales, independientes y penetrantes que se alzan como una roca en el oleaje de la fotografía contemporánea. Las olas de la moda, siempre fugaces, no pueden afectarlo.
Urs Albrecht
Aribau 34, 08011
Barcelone
Espagne
Fuente: ActuPhoto
Recuerdo mi primer encuentro con las fotografías de Jeff Cowen. Fue en el otoño de 2004, en la Galerie Seine 51, de París. Me emocionaron y fascinaron entonces los dos niños de origen portorriqueño en el transbordador de Nueva York; hermano y hermana, supuse. La niña es mayor que él y lo estrecha con fuerza entre los brazos. No es el suyo un gesto exactamente protector; más bien parece decir: "Mirad, es mío". Refuerza esta impresión el hecho de que tenga la pierna izquierda encima de las piernas del niño. Es el abrazo típico de las parejas de enamorados. La fotografía se tomó a poca distancia, con una cámara de pequeño formato y un objetivo probablemente de 50 mm, con luz diurna.
Detrás vemos la cabeza y los hombros de alguien que viaja encorvado en su asiento. Molesta un poco la melena ondulada que parece caer sobre el pelo de los niños. Nos gustaría hacer a un lado a esa persona, que, sin embargo, es parte integrante de la imagen; le confiere autenticidad. Lo que vemos es una instantánea; en otras palabras, un momento capturado por la cámara. La pose no ha cambiado; lo que ha cambiado es la mirada. En aquel instante, los dos niños miraban al fotógrafo; ahora nos miran a nosotros. Son dos pares de ojos casi a la misma altura. No es lo mismo que la persona retratada mire a la cámara o hacia otro lado; en una fotografía, la diferencia es grande. Si se enfrenta a la cámara, como hacen los dos niños, pasa de objeto a sujeto. Es como si el fotógrafo hubiera desaparecido y lo hubiéramos sustituido nosotros, los observadores. Se inicia un diálogo. Encontramos la mirada cálida e inquisitiva de la niña, que, no obstante, mantiene las distancias; por su parte, el niño nos mira con naturalidad. Ojos en los que aún percibimos los últimos restos de una infancia teñida por la tristeza y las penurias de la vida en la gran ciudad. Ojos que ya han visto demasiado.
A la izquierda de los niños colgaba la fotografía de un automóvil en llamas, un Jaguar. La escena está fotografiada de noche, desde arriba. Al mirarla con más detenimiento me di cuenta de que los faros todavía estaban encendidos. Me estremecí; ¿qué les había pasado a los ocupantes? ¿Cómo se llega a fotografiar algo así? Sin duda, debió de hacerlo alguien acostumbrado a batir los desfiladeros urbanos.
A la derecha de la fotografía de los dos niños había un desnudo, Untitled, 1989. Una joven de aire felino enarca su hermosa espalda y levanta el trasero, que roza, casi, el borde superior de la fotografía. En una mano apoya el mentón; en la otra tiene un cigarrillo. La pose, lánguida y sexy, es sumamente real, está llena de vida, pero al mismo tiempo respira el aire rancio de la muerte.
La serie de Nueva York de Jeff Cowen está entre las más reveladoras que he visto sobre esta ciudad. Son fotos duras, pero también poéticas y sensuales, y están tomadas a muy poca distancia de los sucesos, de la gente.
El traslado de Jeff Cowen a París, y más tarde a Berlín, enriqueció su trabajo en el ámbito de la fotografía artística. Además de un reportaje sobre Cuba, creó imágenes inspiradas en la fotografía de finales del siglo XIX, que, a su vez, se inspira en la pintura de esa época. Las imágenes de Cowen son libres y caprichosas, rebosantes de alusiones; en ellas, el fotógrafo intenta cruzar una y otra vez ciertos límites. Se esfuerza por superar la dimensión plana de la fotografía: rasga las fotos, vuelve a unir las partes, trata de darles cuerpo. La fotografía se convierte en objeto. Interviene directamente en el proceso de revelado. Embadurna y salpica con sustancias químicas para crear también "pinturas abstractas". En esas intervenciones en el cuarto oscuro, se introduce en la imagen una vez más y gracias a esos rastros físicos, los retratos parecen cargados de energía. La expresividad aumenta de manera notable.
Una fotografía especialmente escandalosa es la titulada Sophie 2, un desnudo montado a caballo, el rostro cubierto con una máscara antigás. El lomo del animal y la máscara realzan la desnudez y la hacen casi físicamente experimentable. La máscara, una alusión al mundo del sadomasoquismo, representa también la cabeza del caballo, que no se ve. La máscara antigás es un cuerpo extraño; hasta tal punto, que la imagen nos atrae sin remedio y, al mismo tiempo, nos impacta. Sin embargo, el hecho de que el desnudo monte a caballo intensifica la perversa dualidad de la obra y, así convierte la imagen en icono.
Entre los desnudos descubrimos retratos idealizados de niñas y mujeres. Arquetipos femeninos que parecen venir de otro mundo y que, no obstante, nos resultan extrañamente familiares, como si hubieran habitado desde siempre en lo más íntimo de nuestro ser. Jeff Cowen ha creado un corpus de imágenes atemporales, independientes y penetrantes que se alzan como una roca en el oleaje de la fotografía contemporánea. Las olas de la moda, siempre fugaces, no pueden afectarlo.
Urs Albrecht
Aribau 34, 08011
Barcelone
Espagne
Fuente: ActuPhoto
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