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CITA mes de Diciembre 2008

La reproduccion de la obra de arte no solo esta condicionada por la manera de ver del fotografo, sino tambien por la del que mira la fotografia.

Gisele Freung (La fotografia como Documento Social)

martes, 4 de marzo de 2008

Crónica de una fotografía

Por Esteban Peicovich

Esta foto me cayó del cielo en 1981 y desde entonces flota (y me cuida) alzada sobre la cabecera de mi cama. Sobran motivos. Su milagro se me reveló una tarde de julio de ese año, cuando una maestra jardinera (Diana Spencer) y un polista (Carlos Windsor) armaban su casorio. Caía una garúa fina (un chirimiri ) y yo olisqueaba por aquí, por allá, portando una Nikkon y un rollo de 400 asas. No sé por qué. Pero es la única foto que podría llamar de autor entre las más de mil y una comunes que tomé en mis tiempos de corresponsal. Pero sinceremos ese honor. Confieso: yo no hice nada. Sucedió que el azar quiso esa tarde darme una mano y que yo se la tomé. Todavía recuerdo que me llevó de la nariz hasta un sitio y en el oído me dijo esperá. No me engañó. Ese día pude ver cómo la belleza me guiñaba un ojo.

Vayamos a los hechos y a los datos. Fue así: estaba allí cubriendo la magna boda junto a Silvina Lanús y Ana Barón Supervielle. Nos enviaron 15 días antes y sobraba tiempo para el éxtasis. Sacar fotos, por ejemplo. Esa noche, un gentío de 2 millones iba hacia Hyde Park pues mil fuegos artificiales sostenidos por Haendel rasgarían el cielo en honor de los novios. Faltaban tres días para el día. Y así, al garete, fue que me detuve ante los escaparates de la tienda Liberty. Como otros comercios, ellos ultimaban su homenaje alusivo en las 7 vidrieras de la firma. Y habían optado por reunir retratos de varones de alcurnia junto a maniquíes tocados con ropa top de la casa. Ese espacio encapsulado me atrapó. Vidrieristas descalzas hacían de celestinas de antiguos varones pintados y modernas ninfas desnudas. Si uno se desprendía del mensaje publicitario podía darse con la poesía (que siempre está del otro lado de las cosas). Intuí algún bello escándalo a espaldas del tiempo. Allí debería suceder algo sobrenatural. Y aguardé con el corazón agazapado y el jadeo contenido del cazador.

Tardó 20 minutos. En el 21 la empleada reposó sobre el hombro (pintado) de un noble del siglo XVIII a un maniquí desnudo cuya cabeza tocó con peluca pelirroja. Al hacerlo (sin advertirlo) dejó formalizada una pareja imposible. Fugaces, breves amantes cruzados de siglos, reunidos durante sólo tres segundos para recordar que la belleza nunca duerme. Intuí lo fantástico reinante y gatillé. Cuando bajé mi cámara alcancé a ver cómo se desvanecía tamaña visión. ¿Un desliz de la imaginación? ¿Y qué? Poco me servía intentar razonarlo. Ya no había pruebas: las había devorado la fugacidad. Duró lo que el parpadeo de un segundo en la eternidad del mundo. El tiempo de un soplo: el que necesitó la vidrierista para situar al dúo, evaluar el conjunto, desarmar la composición y optar por otra. De ser ella no lo hubiese hecho. Pero me alegré de que no reparara en tan mágica visión. Y rogué (por dentro y por fuera) que esa hipnótica visita de la gracia descansara segura (y mía) en mi cámara. Sólo en ella.

Durante días pensé más en esa fotografía que en la boda. Como avaro, guardé el rollo para revelarlo en Madrid. Cuando me lo entregaron dupliqué la emoción: no sólo había capturado a la dispar pareja, sino que (salvo un reflejo del cristal) la foto permitía la máxima ampliación. La pedí de 1,10 x 80, la enmarqué y, como trofeo estético, lleva años cuidando mis sueños y sorprendiendo a mis amigos. Al desconocer su origen, cada uno interpreta a su manera al arcaico noble y se deslumbra por la blanca belleza de la muchacha. También les intriga esa mano de ella (que por la posición que adoptan da la sensación de ser de él). Ambos ocupan el espacio, no el tiempo. El, acartonado, artificial. Ella, elegante, sugestiva, mórbida. Es el amor del agua y el aceite. Un romance de absurdo que nos une. ¿O acaso no somos tres?

www.peicovich.com

Fuente: La Nacion


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