Quickribbon

CITA mes de Diciembre 2008

La reproduccion de la obra de arte no solo esta condicionada por la manera de ver del fotografo, sino tambien por la del que mira la fotografia.

Gisele Freung (La fotografia como Documento Social)

lunes, 4 de febrero de 2008

Un trotamundos italiano tomó fotos del alma de los huaorani

En el libro ‘Los Huaorani, los últimos guerreros’, Mauro Burzio plasma en las imágenes el entorno que los rodea, sus costumbres y sobre todo su fuerza para vivir.

Las montañas que rodean a Quito espían las piruetas de Pipino, lo siguen hasta el abrazo con su dueño, Mauro Burzio. El fotógrafo lo disculpa: “Es un cachorro de cinco meses”, explica. Luego, junto a su cámara fotográfica Nikon, sus ojos, más que su voz, narran las imágenes que han capturado.

La vida del italiano Burzio gira alrededor del mundo: ha tomado fotografías en varios países de África o Australia; ha convivido con personajes tan disímiles como los cazadores y recolectores del desierto de Kalahari, en África, y con los huaorani, en la amazonia ecuatoriana.

Aún planea viajar a Alaska y navegar hasta China antes de retornar a Italia, siempre acompañado de su otro amigo, un Toyota Land Cruiser. Es profesor “arrepentido” de literatura, filosofía e historia, y periodista igualmente “arrepentido”. Se reconoce escritor, antropólogo y, sobre todo, fotógrafo.

Después de algunas malarias, una hepatitis y varias fracturas, llegó al Ecuador en el 2005, para investigar las etnias del país. La aventura empezó con los huaorani; al encontrarlos supo que eran “un regalo de la vida” y que, por lo tanto, deben ser cuidados como patrimonio de la humanidad.

“Cuidado te coman, los huaorani son gente salvaje”, le dijeron cuando ingresó a la selva. En cambio, la realidad le mostró personas bellas que se guían por códigos de honor y respeto. “El gringo ama a los huaorani, nos ve bellos” , dijeron ellos al ver sus fotos.
Durante su paso por la Amazonia, Burzio se levantaba temprano para capturar la luz, que caía lateral sobre el bosque cubierto de neblina. Luego, su lente seguía a la madre que preparaba la comida, a los niños que despertaban, al guerrero que se arreglaba para la caza y que luego se bañaba con prisa.
“Después de cazar, los hombres huaorani se detenían en medio del bosque para ofrecer disculpas a la naturaleza por haber matado a los animales del bosque”, cuenta Burzio, quien está convencido de que ellos no son salvajes, sino cazadores y recolectores itinerantes.
Los viejos huaorani ven como caníbales a los hombres blancos, los jóvenes son atraídos por los cantos de sirena del mundo occidental, explica el fotógrafo de 59 años. Lo más bello de esta cultura ancestral, recuerda, “es la ternura que las madres depositan en sus hijos”.
Ellos se enfurecen cuando hay problemas ambientales, cuando ven que su bosque está en peligro. Mientras nadie afecte a su entorno, no tienen por qué matarse, expresa Burzio. Entre los ‘huaos’ encontró confianza: en las noches lo invitaban a compartir la chicha sin alcohol y el tabaco sagrado.

Además de toparse antropológicamente con la prehistoria ambulante, este artista de la fotografía, halló el alma de los huaorani en sus ojos; por eso, sus fotos apuntan a esa puerta.
También conoció que esa cultura es sonora, ya que para ellos la música y los cuentos son lo más importante. Los cuentos son dichos por los viejos, “quienes tienen una sabiduría impresionante”. Su reina es la anaconda y sus animales más respetados son el jaguar, el halcón y el águila harpía.
Últimamente han incorporado a su dieta mucha azúcar blanca y arroz. Según Burzio, por esto se enferman frecuentemente. “El mundo debe reconocer que los huaorani han protegido con su vida la reserva del Yasuní”, reclama el fotógrafo. Y que, además de ser importantes para la historia, son guerreros sabios que saben que envejecer es un regalo de la vida
y no de la muerte.

Con su libro de 201 fotografías ‘Los Huaorani, los últimos guerreros’, Burzio recuerda que al partir de la Amazonia no hubo despedida, pues para sus habitantes, el futuro está atrás, el pasado adelante, pues es lo único que se conoce.

Sin tristeza y con un cierto aire de guerrero contagiado por los ‘huao’, Burzio se queda meditando sobre el alma grande de ese pueblo, mientras Pipino, su perro, duerme cansado de sus piruetas.

Fuente: El Comercio


0 comentarios:

Template Design | Elque 2007

ir cabecerair cabecera