Ricardo Cases expone la serie 'La caza del lobo congelado' en Fnac Callao
Continúa el Nuevo Talento Fnac de Fotografía dando muy gratas sorpresas. Después de unos años en que ha presentado en sus galerías fotográficas a figuras emergentes del panorama español como Leila Méndez, Carlos Luján o Albert Corbí, con Ricardo Cases la buena salud del galardón continúa.
Un jurado formado por Ricky Dávila, Santos Cirilo, Aitor Ortiz y Mikel Aristregi (ganador del pasado año), falló en Bilbao, entre casi 200 trabajos presentados a la edición de este año, que 'La caza del lobo congelado' merecía el reconocimiento de ser exhibido. Una decisión valiente si se tiene en cuenta que las imágenes de Cases apuntan a un tema tan polémico como la caza y se mueven entre el límite de una violencia sangrienta que a unos les puede resultar poética y a otros repulsiva.
En cualquier caso, las casi treinta instantáneas que componen esta incursión en un mundo en principio hostil a las bondades del objetivo son lo bastante contundentes como para que a ningún jurado ni espectador le pasen desapercibidas. A veces la fotografía habita esa zona de dudosa moralidad pero de absoluta inocencia.
Fogonazos de realidad se entrecruzan en una naturaleza grácil en la que los hombres armados aparecen como una figura de verdaderos profanadores. ¿Dónde está el placer? ¿Quién puede presumir de dar muerte a ciervos y rebecos? ¿Por qué el ritual de la cacería?
Quizás nunca pongamos de acuerdo a los partidarios y enemigos de la caza, pero sí podemos argumentar que Cases narra con el neutralismo de un conflicto bélico hechos que ocurren normalmente en cualquier partida privada en la que hombres, escopetas, perros y presas se dan cita en un rito inmemorial al que un coro de disidentes considera anterior a toda la civilización. En este territorio antropológico de bestias aparece el ojo del fotógrafo para agigantar el eco de todo lo que allí ocurre. Y lo que parece una paradoja: seres pacíficos, ciudadanos respetables se convierten en asesinos.
Cases ha tenido la fortuna del cazador: encuentra un filón en este escenario y lo lleva entre los dientes hasta quedar exhausto de la persecución. En sus disparos, nunca mejor dicho, hay siempre un fogonazo de evidencia y otro de crueldad. Está tan cerca del acto que mancha nuestras manos de sangre, aunque con tanta capacidad e ironía que nos sumerge otras veces en un bucólico paisaje campestre de cornamentas encima de la chimenea y chuletas a la parrilla.
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