El fotógrafo de los papas
De visita en nuestro país, el italiano Arturo Mari platica con Estilos sobre su experiencia al lado de esos personajes
Andrea Avila
Calificado como prodigio por sus dotes para la fotografía, para él su vida adquirió importancia sólo por haber conocido a Juan Pablo II.
El italiano Arturo Mari se acaba de jubilar. En un hombre de su edad (unos 65 años) esta no es ninguna novedad. Tal vez lo sea el hecho de que pasó 51 años trabajando en lo mismo, pues comenzó muy joven, a los 15 . Y desde luego, es significativo que haya decidido “colgar la cámara” tras la muerte de Juan Pablo II, a quien siguió como un sombra a lo largo de todo su papado.
De paso por México, donde la Universidad Anáhuac le impuso la Medalla de Honor de la institución, platicamos con el fotógrafo oficial del papa Juan Pablo II.
A pesar de que sabemos que no le agradan las entrevistas y siempre ha declarado que su trabajo no es importante, accede a tener la charla. Ha estrechado docenas de manos, se ha tomado fotos con todos los asistentes. Luce cansado, pero con gran paciencia, comienza platicar.
Mari es un hombre pequeño, no mide más de 1.63 metros. Parece frágil porque es muy delgado y en su mirada existe cierta tristeza, aunque sus ojos se avivan cuando cuenta las anécdotas de su trabajo. Sin embargo, cuando habla del papa viajero y la posibilidad de que se convierta en santo, se expresa con tal vehemencia que adquiere una fuerza que no parece suya.
El fotógrafo oficial de Juan Pablo II captó imágenes que se han vuelto clásicas, como aquella del pontífice apoyado en un crucifijo para caminar, ya hacia el final de su vida, o las que le tomó con la madre Teresa de Calcuta.
No se encargó solamente de retratar a Karol Wojtyla, sino que también fue autor de las fotografías de Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I para renunciar luego de la entronización de Benedicto XVI .
Niño con pelota de futbol
La forma de lograr esto fue gracias a la feliz coincidencia de que sus antepasados trabajaran en el Vaticano. Su abuelo fue custodio de la Basílica de San Pedro. Entre otras cosas, era el encargado de la limpieza del lugar. Su padre llegó a tener un puesto administrativo en el estado más pequeño del mundo.
Cuando Arturo nació, la familia vivía a unas cuadras del Vaticano y para cuando se convirtió en un niño en edad escolar, podía jugar futbol en plena Plaza de San Pedro (algo que, señala, ya no es posible hacer hoy en día).
El italiano Arturo Mari se acaba de jubilar. En un hombre de su edad (unos 65 años) esta no es ninguna novedad. Tal vez lo sea el hecho de que pasó 51 años trabajando en lo mismo, pues comenzó muy joven, a los 15 . Y desde luego, es significativo que haya decidido “colgar la cámara” tras la muerte de Juan Pablo II, a quien siguió como un sombra a lo largo de todo su papado.
De paso por México, donde la Universidad Anáhuac le impuso la Medalla de Honor de la institución, platicamos con el fotógrafo oficial del papa Juan Pablo II.
A pesar de que sabemos que no le agradan las entrevistas y siempre ha declarado que su trabajo no es importante, accede a tener la charla. Ha estrechado docenas de manos, se ha tomado fotos con todos los asistentes. Luce cansado, pero con gran paciencia, comienza platicar.
Mari es un hombre pequeño, no mide más de 1.63 metros. Parece frágil porque es muy delgado y en su mirada existe cierta tristeza, aunque sus ojos se avivan cuando cuenta las anécdotas de su trabajo. Sin embargo, cuando habla del papa viajero y la posibilidad de que se convierta en santo, se expresa con tal vehemencia que adquiere una fuerza que no parece suya.
El fotógrafo oficial de Juan Pablo II captó imágenes que se han vuelto clásicas, como aquella del pontífice apoyado en un crucifijo para caminar, ya hacia el final de su vida, o las que le tomó con la madre Teresa de Calcuta.
No se encargó solamente de retratar a Karol Wojtyla, sino que también fue autor de las fotografías de Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I para renunciar luego de la entronización de Benedicto XVI .
Niño con pelota de futbol
La forma de lograr esto fue gracias a la feliz coincidencia de que sus antepasados trabajaran en el Vaticano. Su abuelo fue custodio de la Basílica de San Pedro. Entre otras cosas, era el encargado de la limpieza del lugar. Su padre llegó a tener un puesto administrativo en el estado más pequeño del mundo.
Cuando Arturo nació, la familia vivía a unas cuadras del Vaticano y para cuando se convirtió en un niño en edad escolar, podía jugar futbol en plena Plaza de San Pedro (algo que, señala, ya no es posible hacer hoy en día).
Fuente: El Universal
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