Retratos de palabras
Daniel Mordzinski, la imagen de la literatura en Bogotá 39
Se volvió fotógrafo por amor a las letras y, desde que capturó con su cámara a Borges, en 1978, su vida ha sido una constante búsqueda de escritores, ángulos y caracteres. Su último libro, El país de las palabras, es un muestrario de literatura a base de imágenes con textos inéditos de más de 70 autores destacados.
Carolina Abad Pérez
Se volvió fotógrafo por amor a las letras y, desde que capturó con su cámara a Borges, en 1978, su vida ha sido una constante búsqueda de escritores, ángulos y caracteres. Su último libro, El país de las palabras, es un muestrario de literatura a base de imágenes con textos inéditos de más de 70 autores destacados.
Carolina Abad Pérez
“La galería de retratos de escritores de Daniel Mordzinski es un viaje al corazón mismo de la literatura de cada uno de ellos y una sabia mirada sobre su alma”, dijo alguna vez el escritor español José Manuel Fajardo al referirse a uno de los más reconocidos fotógrafos del momento: el argentino Daniel Mordzinski.
Su primera fotografía a un escritor fue a Jorge Luis Borges, hace casi 30 años, en un cuarto de hotel en Buenos Aires. A sus 18 años, Mordzinski trabajaba en el rodaje de la película Borges para millones y, con una cámara Nikorete que le prestaba su padre para ocasiones especiales, consiguió esa imagen que años más tarde, ya radicado en París, se convertiría en el primer paso de su estrecha relación con la literatura.
Aunque por su lente ha pasado un gran número de escritores colombianos, está por primera vez en el país, invitado por la organización de Bogotá 39, haciendo lo que más le gusta: retratarlos a ellos y, con sus imágenes, desnudar sus almas.
P. ¿De dónde nació la idea de hacer retratos a escritores? ¿Cómo logró hacer ese primer retrato a Jorge Luis Borges en 1978?
R. Yo diría “el azar y la necesidad”. En cierto modo la casualidad se alió, aquel día en el barrio porteño de San Telmo, con mi necesidad de articular la pasión por la literatura. Yo leía compulsivamente, estudiaba literatura, pasaba las noches discutiendo como buen letraherido, pero no iba a competir con los Borges, Gabos o Rulfos de mi imaginario. En cambio, podía soñar con contribuir a su gran labor con mi manera de verlos. A ellos y a sus obras, a través de sus libros y de sus gestos. Y así, en un modesto “cuarto de escritura” donde Borges luchaba con las sombras, empezó este mapa de nuestras letras de las que, con toda humildad, me siento un poquito parte.
P. ¿Antes de fotografiar a un escritor lee sus obras? Es decir, ¿es un requisito para usted leerlos antes de hacer su foto?
R. En general, lo intento, porque esta pasión por la fotografía nace y se alimenta de la pasión por la palabra, por las novelas y los versos de esos autores que nos permiten seguir soñando, aunque la vida real sea a veces tan terrible. Pero no le voy a mentir: muchas veces me he encontrado con autores a los que aún no he leído y entonces entra a funcionar una intuición auxiliar, una especie de instinto que me dice por dónde van los tiros. Y después, cuando leo sus obras, compruebo si erré o acerté.
P. Usted dijo alguna vez que ha tratado de hacer fotos sin fronteras que gusten porque son buenas o porque cuentan una historia. ¿Cómo surgen esas historias? ¿Y qué debe tener un retrato para que sea bueno?
R. No sé cómo va a sonar esto, pero tengo la impresión de que las historias están ahí, flotando en el aire, asomando por las esquinas. A veces se dejan entrever en una mirada o en un gesto, pero en otras ocasiones, un simple papel tirado en el piso o una señal de tráfico son el indicio de la historia. No sé qué debe tener un retrato para ser bueno, lo que creo es que debe haber sido hecho con honradez, con limpieza, ¿cómo lo diría?, con la intención de servir al retratado para dar a conocer su interior. Si uno busca lo malo, lo dañino, lo cruel, entonces puede, en el mejor de los casos, llamar la atención, pero no será un buen retrato. O al menos un buen retrato de Mordzinski, que cuando fotografía pretende modestamente completar lo que las palabras XXXalcanzan: ilusión, magia, otro tipo de realidad.
P. ¿Por qué son tan importantes para usted las casas de los escritores?
R. Necesito que se sientan en su ámbito de creación, en esos espacios donde, en principio, son capaces de sacar lo mejor de sí mismos. No siempre sucede, claro, de ahí que me interese tanto el proyecto de los Cuartos de escritura (mi próximo libro), lugares a veces impersonales o de paso donde los creadores son capaces de sacar lo más interesante de su arte.
P. ¿Prefiere el blanco y negro o el color?
R. Son mundos distintos. En general el color es más completo, claro, pero hay mundos específicos que se benefician de una visión monocroma.
P. Sus amigos y conocidos lo definen como un gran artista que aplica en sus retratos, ante todo, el respeto. ¿Qué tan importante es para usted respetar al retratado y cómo se gana su confianza?
R. Intento ser como soy, sin versos y sin coacciones. Y sin falsas promesas: es fácil prometerle a un calvo que saldrá con el pelo bien largo y peinado, pero cuando vea la foto comprenderá que hay facetas de la realidad difíciles de alterar. Es la actitud lo que importa, y yo procuro ser honrado porque eso es lo que espero de mis modelos: honradez en la mirada.
P. ¿Cómo logra ese diálogo entre la literatura y la imagen?
R. Me encantaría tener una frase bonita para la ocasión, pero en este asiento de avión desde el cual le escribo a diez mil metros de altura, me limitaré a ser sincero: trabajando mucho. Lo digo sin vanidad, pero me paso el día trabajando desde hace treinta años.
P. ¿A qué escritor que no haya pasado por su lente le gustaría retratar y por qué?
R. Son muchos, cada vez más, porque ahora sé que cada día surgen nuevos talentos que, lamentablemente, son inabarcables, pero a cambio, felizmente, hacen mucho mejor nuestro mundo.
P. Para usted, ¿cuál es su mejor retrato?
R. Toda selección sería parcial y arbitraria, pero si me aceptan un guiño bogotano, me quedo con un retrato de Santiago Gamboa en el metro de París, porque es también el retrato de varias generaciones de latinoamericanos y de hispanohablantes que se asoman a un lugar oscuro y ruidoso donde al principio andan algo perdidos, y al que después le acaban mostrando la grandeza y la hermosura de nuestra lengua y de nuestros universos líricos.
P. Cuéntenos un poco sobre su más reciente libro, ‘El país de las palabras’, editado por Norma.
R. Este libro es un intento de decir aquello que yo mismo no pude encontrar en las palabras. Por qué para nosotros los latinoamericanos París es tan importante. Entonces pedí prestadas las palabras a aquellos que tan gentilmente me las cedieron y el resultado son 71 textos inéditos de escritores como Ernesto Sábato, Gabriel García Márquez, Jorge Amado, Roa Bastos, Donoso, Luis Sepúlveda, Santiago Gamboa, Jorge Franco y Álvaro Mutis, entre otros. Cada texto está acompañado de una o dos fotos tomadas a estos escritores en París. El prólogo es de José Manuel Fajardo.
P. ¿Qué espera encontrar en Bogotá 39 y qué expectativas tiene de Colombia?
R. Las tengo todas, porque adoro Bogotá sin conocerla, porque entre mis grandes amigos hay un alto porcentaje de colombianos, porque conozco, admiro y quiero a la mayoría de estos autores y porque veo en esta cita una gran herramienta para indagar mejor en lo que somos, como personas, y una brillante plataforma para mostrarle al mundo lo mejor de nuestra manera de ser latinoamericanos.
Fuente: El espectador
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