Un incansable profesor: Arencibia
(Cubarte). Si, sólo Arencibia, sin otro nombre, ese inquieto y desprendido ser que todos conocimos durante años se fue. Se fue, pero nos dejó la miel de la sapiencia de todo lo que conocía de la técnica fotográfica. Durante más de 35 años se dedicó única y exclusivamente a enseñar fotografía. Desde que lo conocí “siempre fue así: desprendido, solícito, afectuoso y servicial como amigo; competente como profesional; incluyente y contagioso para con la fotografía, por el amor que le profesaba al arte y la técnica que el francés Louis Jacques Mandé Daguerre patentó”, dijo Amauris Betancourt, fotógrafo de Holguín, al conocer su deceso.
Siempre decía que “era mejor dar que recibir. Enseño porque así yo aprendo también”. Donde quiera que laboraba; sea en la UPEC, en la Editorial Pablo de la Torriente o en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, siempre era como un oasis donde saciar la sed de conocimiento, un nido, devenido punto de concurrencia para los fotógrafos nacionales o extranjeros, para los profesionales o aficionados.
Muchos alumnos le recordarán por años, Alejandro Taquechel, quien fuera un joven profesor de fotografía de la Escuela de Diseño Industrial me dijo: “entre los recuerdos de mi infancia está un librito donde podía verse en su portada algunos objetos para el trabajo fotográfico. De algún modo siempre estaba en el cajón de mis juguetes, o debajo de mi cama o dentro del bolso de mi madre cuando salíamos a la calle. Era como mi agenda personal, siempre ahí, indestructible, sobreviviente a mis juegos como ninguna pelota, pistola o carro de bombero. Muchos años después conocí al autor de ese libro, titulado "Laboratorio Fotográfico" y publicado por la editorial Oriente a finales de los años ochenta. Fue una década después, mientras intentaba mis primeros pasos en la fotografía, y descubría a un gigante que sin saberlo yo, me había acompañado desde siempre, curiosamente nadie en mi familia recuerda haber comprado aquel libro, "parece que apareció un día en la casa" me dijo mi abuelo una vez mientras le preguntaba a cada uno de mis parientes. Arencibia era un sabio. Su dominio de la técnica fotográfica sólo puede ser comparada con dos cosas, la primera es el propio amor que sentía por la fotografía, la segunda, es esa gran modestia con la que nos privilegió siempre. Convirtiéndolo en esa persona que no sólo podemos admirar, sino que además tenemos que querer de forma gratuita, sin saberlo siquiera. Él era así de espontáneo, o mejor, él es así, ya que no es posible que se haya ido, ni aunque lo digan mil veces. A nuestro "profe" lo tenemos ahí, en cada destello de amor que entreguemos al arte fotográfico, él está en cada foto genial, en cada duda que tengamos ante un nuevo químico, ante una nueva escena desafiante, o en ese mágico instante donde la imagen nace bajo la espectacular atmósfera de nuestros laboratorios. Ha muerto un amigo, ha desaparecido una biblioteca, y nos hemos quedado sin la Academia Cubana de Fotografía, ya que sin lugar a dudas, se puede afirmar que Félix Arencibia representaba el pilar fundamental del desarrollo académico del arte fotográfico cubano actual”, concluyó su alumno.
Se puede garabatear muchas cuartillas como tantos comentarios hubiera acerca de Arencibia. Aquí está la mía: conocí a Félix Ricardo Arencibia González (1939-2007) en los primeros años de la década de los 80. Cuando daba sus encuentros o clases de fotografía en la UPEC, después me lo tropecé en los salones del Palacio de las Convenciones de La Habana, durante el III Coloquio Latinoamericano de Fotografía, en 1984. Recuerdo cuando se le entregó la Medalla 150 Aniversario de la Fotografía Cubana, en 1991 durante el Primer Taller Internacional de la Imagen Fotográfica, en el Centro de Prensa Internacional. Más tarde cuando me animó a fundar el Fondo Cubano de la Imagen Fotográfica (1992) y realizamos junto a otros colegas seis Coloquios Internacionales en La Habana (1993-1998). De esa etapa fueron los encuentros que organizó durante mi estancia de tres meses en Europa (1998), de unas tertulias en mi casa, él fue el anfitrión durante esos meses, yo siempre confié en él, le di la llave de mi casa y con pleno dominio de organización convocó a los fotógrafos, expositores, cantantes y declamadores durante mi ausencia. Nunca hubo problemas. Juntos apoyamos y asesoró la creación del Fondo Iberoamericano de Fotografía, con sede en México, en 1995. Compartimos varias veces como jurado en concursos de fotografía, o cuando en el 2003 fundamos la Cátedra de Fotografía del Instituto Internacional de Periodismo "José Martí", junto a Julio Larramendi, Ramón Cabrales y Peroga, entre otros. Recuerdo también todas las colaboraciones que me presentaba para la revista digital Cuba-Foto desde su fundación, durante diez años. O cuando nos sentamos parte del claustro de profesores de la cátedra con el sabio Guillermo Cabrera, director del Instituto Internacional de Periodismo para crear la Escuela Latinoamericana y el Museo de Fotografía, ahora trunca con la muerte de Guillermo y de Arencibia, con 15 días de diferencia, uno del otro. Más recientemente, en mayo de este año, tuve la suerte de hacer un viaje por 25 días a la tierra del tango. Fue su gran ilusión, como si hubiera dicho, “ya conocí la Argentina, ya me puedo morir”. Allí montamos exposiciones y compartimos conferencias, además de cervezas y algunos chistes y cuentos, como era habitual. Fue además, un gran amante del tango. En su juventud fue cantante de esa música y la coleccionaba.
A partir de estos recuerdos, me acabo de dar cuenta que Arencibia, no solamente fue un colaborador, un colega, un amigo, fue algo más, fue un hermano, no sólo para mí, sino para todos los que lo conocimos. Porque él era así con todos.
Muchos decíamos que era un loco, si un loco en aprender y enseñar, un loco en ayudar y ofrecer lo que tenía. Si eso es ser loco, pues, sí Arencibia era un loco, porque no tenía nada de él, todo lo daba a cambio de nada. Más que fotógrafo, fue un mecenas de la fotografía cubana. No existe un fotógrafo que lo haya conocido que diga que Arencibia no lo ayudó. Prefirió no tener una gran obra personal para que muchos otros lograran ser grandes artistas, así y todo lo reconocieron varias instituciones prestigiosas haciéndolo miembro activo, fue presidente de la sección de foto reporteros de la UPEC ; fue vicepresidente del Fondo Cubano de la Imagen Fotográfica y del Fondo Iberoamericano de Fotografía, desde su fundación, así como miembro de la UNEAC, hasta su muerte.
El Instituto, La Habana, Latinoamérica y el mundo fotográfico será diferente sin él. Félix nos abandona físicamente. Nosotros, sin embargo, lo tendremos presente y será difícil acostumbrarnos a esta partida que lo sorprendió en medio de uno de esos talleres, diplomados o cursos que afanosamente organizaba. El siempre está en su cuarto oscuro. ¡Nuestro cuarto oscuro!
¡Gracias Arencibia, por haber sido como fuiste!
Siempre decía que “era mejor dar que recibir. Enseño porque así yo aprendo también”. Donde quiera que laboraba; sea en la UPEC, en la Editorial Pablo de la Torriente o en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, siempre era como un oasis donde saciar la sed de conocimiento, un nido, devenido punto de concurrencia para los fotógrafos nacionales o extranjeros, para los profesionales o aficionados.
Muchos alumnos le recordarán por años, Alejandro Taquechel, quien fuera un joven profesor de fotografía de la Escuela de Diseño Industrial me dijo: “entre los recuerdos de mi infancia está un librito donde podía verse en su portada algunos objetos para el trabajo fotográfico. De algún modo siempre estaba en el cajón de mis juguetes, o debajo de mi cama o dentro del bolso de mi madre cuando salíamos a la calle. Era como mi agenda personal, siempre ahí, indestructible, sobreviviente a mis juegos como ninguna pelota, pistola o carro de bombero. Muchos años después conocí al autor de ese libro, titulado "Laboratorio Fotográfico" y publicado por la editorial Oriente a finales de los años ochenta. Fue una década después, mientras intentaba mis primeros pasos en la fotografía, y descubría a un gigante que sin saberlo yo, me había acompañado desde siempre, curiosamente nadie en mi familia recuerda haber comprado aquel libro, "parece que apareció un día en la casa" me dijo mi abuelo una vez mientras le preguntaba a cada uno de mis parientes. Arencibia era un sabio. Su dominio de la técnica fotográfica sólo puede ser comparada con dos cosas, la primera es el propio amor que sentía por la fotografía, la segunda, es esa gran modestia con la que nos privilegió siempre. Convirtiéndolo en esa persona que no sólo podemos admirar, sino que además tenemos que querer de forma gratuita, sin saberlo siquiera. Él era así de espontáneo, o mejor, él es así, ya que no es posible que se haya ido, ni aunque lo digan mil veces. A nuestro "profe" lo tenemos ahí, en cada destello de amor que entreguemos al arte fotográfico, él está en cada foto genial, en cada duda que tengamos ante un nuevo químico, ante una nueva escena desafiante, o en ese mágico instante donde la imagen nace bajo la espectacular atmósfera de nuestros laboratorios. Ha muerto un amigo, ha desaparecido una biblioteca, y nos hemos quedado sin la Academia Cubana de Fotografía, ya que sin lugar a dudas, se puede afirmar que Félix Arencibia representaba el pilar fundamental del desarrollo académico del arte fotográfico cubano actual”, concluyó su alumno.
Se puede garabatear muchas cuartillas como tantos comentarios hubiera acerca de Arencibia. Aquí está la mía: conocí a Félix Ricardo Arencibia González (1939-2007) en los primeros años de la década de los 80. Cuando daba sus encuentros o clases de fotografía en la UPEC, después me lo tropecé en los salones del Palacio de las Convenciones de La Habana, durante el III Coloquio Latinoamericano de Fotografía, en 1984. Recuerdo cuando se le entregó la Medalla 150 Aniversario de la Fotografía Cubana, en 1991 durante el Primer Taller Internacional de la Imagen Fotográfica, en el Centro de Prensa Internacional. Más tarde cuando me animó a fundar el Fondo Cubano de la Imagen Fotográfica (1992) y realizamos junto a otros colegas seis Coloquios Internacionales en La Habana (1993-1998). De esa etapa fueron los encuentros que organizó durante mi estancia de tres meses en Europa (1998), de unas tertulias en mi casa, él fue el anfitrión durante esos meses, yo siempre confié en él, le di la llave de mi casa y con pleno dominio de organización convocó a los fotógrafos, expositores, cantantes y declamadores durante mi ausencia. Nunca hubo problemas. Juntos apoyamos y asesoró la creación del Fondo Iberoamericano de Fotografía, con sede en México, en 1995. Compartimos varias veces como jurado en concursos de fotografía, o cuando en el 2003 fundamos la Cátedra de Fotografía del Instituto Internacional de Periodismo "José Martí", junto a Julio Larramendi, Ramón Cabrales y Peroga, entre otros. Recuerdo también todas las colaboraciones que me presentaba para la revista digital Cuba-Foto desde su fundación, durante diez años. O cuando nos sentamos parte del claustro de profesores de la cátedra con el sabio Guillermo Cabrera, director del Instituto Internacional de Periodismo para crear la Escuela Latinoamericana y el Museo de Fotografía, ahora trunca con la muerte de Guillermo y de Arencibia, con 15 días de diferencia, uno del otro. Más recientemente, en mayo de este año, tuve la suerte de hacer un viaje por 25 días a la tierra del tango. Fue su gran ilusión, como si hubiera dicho, “ya conocí la Argentina, ya me puedo morir”. Allí montamos exposiciones y compartimos conferencias, además de cervezas y algunos chistes y cuentos, como era habitual. Fue además, un gran amante del tango. En su juventud fue cantante de esa música y la coleccionaba.
A partir de estos recuerdos, me acabo de dar cuenta que Arencibia, no solamente fue un colaborador, un colega, un amigo, fue algo más, fue un hermano, no sólo para mí, sino para todos los que lo conocimos. Porque él era así con todos.
Muchos decíamos que era un loco, si un loco en aprender y enseñar, un loco en ayudar y ofrecer lo que tenía. Si eso es ser loco, pues, sí Arencibia era un loco, porque no tenía nada de él, todo lo daba a cambio de nada. Más que fotógrafo, fue un mecenas de la fotografía cubana. No existe un fotógrafo que lo haya conocido que diga que Arencibia no lo ayudó. Prefirió no tener una gran obra personal para que muchos otros lograran ser grandes artistas, así y todo lo reconocieron varias instituciones prestigiosas haciéndolo miembro activo, fue presidente de la sección de foto reporteros de la UPEC ; fue vicepresidente del Fondo Cubano de la Imagen Fotográfica y del Fondo Iberoamericano de Fotografía, desde su fundación, así como miembro de la UNEAC, hasta su muerte.
El Instituto, La Habana, Latinoamérica y el mundo fotográfico será diferente sin él. Félix nos abandona físicamente. Nosotros, sin embargo, lo tendremos presente y será difícil acostumbrarnos a esta partida que lo sorprendió en medio de uno de esos talleres, diplomados o cursos que afanosamente organizaba. El siempre está en su cuarto oscuro. ¡Nuestro cuarto oscuro!
¡Gracias Arencibia, por haber sido como fuiste!
Fuente: Cubarte
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